No es una barba cualquiera: La unidad en la iglesia

The Official Publication of the Church of God of Prophecy

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!

Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna.

—Salmo 133

De niño, crecí escuchando este pasaje ser predicado en la iglesia. A menudo pensaba, “qué comparación tan rara”. ¿Por qué decidió David describir la unidad hablando sobre la barba de un hombre? Pensé dentro de mí, si yo quisiera hablar sobre la unidad, yo hubiera pensado en alguna analogía sobre algún deporte en equipo, pero ¿una barba? ¿En serio? No fue hasta que maduré y reflexioné más profundamente en esta analogía que comencé a entenderla más claramente. Verdaderamente quería entenderla. ¿Por qué hablar de una barba? Entendí que para modo de entender plenamente esta analogía, necesitaría primero entender la importancia de la unidad.

En Juan 17:20-23, Jesús ora por Sus discípulos de la siguiente manera:

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de   ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”.

La unidad es algo importante para el Dios trino. Puesto que en la Trinidad, existe una comunión inquebrantable en el cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman, se respetan y traen gloria uno al otro. En este pasaje, Jesús oró para que Sus discípulos, y aquéllos que se convertirían en Sus discípulos en el futuro a través de los testimonios de los doce, fuesen unidos y disfrutaran de la comunión que disfruta la Trinidad. Cuando el pueblo de Dios vive en unidad, participamos de la comunión con el Dios trino.

La unidad es algo tan importante para la Trinidad que la Deidad eligió enviar al Espíritu Santo a los creyentes solamente después de que ellos habían seguido las instrucciones de Cristo de velad y orar unánimes en Jerusalén. Jesús le dio a Sus discípulos el siguiente mandamiento después de Su resurrección:

“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4, 5).

 

Notemos cómo la Trinidad estuvo completamente envuelta en Pentecostés: el Padre prometió el Espíritu Santo, el Hijo anunció la venida del Espíritu Santo y el Espíritu Santo vino en cumplimiento de la promesa, creado por el Padre y siguió el anuncio hecho por Cristo, el Hijo. La Trinidad siempre ha practicado la unidad que quieren ver entre los creyentes. Sabemos que los primeros cristianos obedecieron el mandato de Dios que se registra en Hechos 2:1-4:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.

 

El Espíritu Santo descendió cuando “estaban todos unánimes juntos”. Quizá algunos de ustedes estén orando por el derramamiento del Espíritu Santo sobre su familia, amigos, iglesia o usted mismo. A medida que busca la presencia y el poder del Espíritu Santo, recuerde hacer esto en unidad con sus hermanos y hermanas. El avivamiento vendrá cuando buscamos al Espíritu Santo en unidad. Pero no termina allí. Hechos 2:42-47 registra el poder transformador del Espíritu Santo sobre los primeros cristianos y los describe de la siguiente manera:

 

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”.

Cuando los hermanos y hermanas en Cristo se reúnen juntos en unidad y siguen la dirección del Espíritu Santo, suceden cosas hermosas. Ya no se preocupan solamente por ellos mismos y su avance en este mundo. Ellos comienzan a cuidar unos de otros y suplen las necesidades de otros. A medida que los no creyentes ven el amor que los cristianos tienen por Dios ellos comenzarán a pensar, “¡Yo quiero ser parte de eso!”

Cuando el cuerpo de Cristo está unido, y acepta a Cristo como la cabeza —su Señor soberano, Dios es glorificado y vemos la hermosa imagen tal y como fue descrita en el Salmo 133. Es la imagen de la iglesia unificada —el cuerpo de Cristo, y Cristo como la cabeza. La unción del Espíritu Santo se derrama sobre Cristo y Su iglesia, así como el buen óleo que fue derramado sobre la barba de Aarón. ¡Qué cuadro tan majestuoso! Esta unción está disponible para usted y para mí, a medida que compartimos juntos en la comunión de creyentes.

Michael A. Hernández

Cleveland, Tenesí