Amando a Dios, amando a otros

The Official Publication of the Church of God of Prophecy

dewaynetinyJesús dijo en Mateo, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.

Dentro de estas palabras que pronunció Cristo está la fórmula perfecta y el balance perfecto para nuestro amor: Dios primero, segundo otros y después uno mismo. Hay aquéllos que solamente aman a Dios y no aman a los demás. Piensan que ellos y Dios son punto y aparte. Queman a las personas con la Palabra, en lugar de dar calor a sus corazones, y luego justifican sus ofensas diciendo que es su deber como cristianos. Reprenden el odio, sin embargo, proclaman “hablar la verdad con amor”. Quizá digan, “Yo amo a Dios, ¡pero no soporto a las personas!”

También existen personas cuyo amor por los demás eclipsa su amor por Dios. Estas personas pueden comenzar a valorar la emoción y experiencia humana por encima de la Palabra de Dios. Así como nosotros no podemos cerrar la puerta del cielo, nuestros esfuerzos por “expandirla” pueden llegar a ser igual de destructivos.

Amar a Dios y amar a otros es algo que debemos hacer constantemente. Habrá encrucijadas en el camino donde no sabremos qué hacer. Habrá personas con quienes compartiremos cosas, solo para ser traicionados y heridos. Tenemos que continuar amando. Con el tiempo, quizá nos encontremos alejándonos un poco del fervor que en un tiempo teníamos. Debemos volver a tener ese amor ferviente. Es más que una sensación calurosa. Es un verbo activo que debemos perfeccionar a través de la oración, adoración y servicio.

Keith Green era amante de Dios. Él fue un salmista de la época moderna, produjo volúmenes de cantos de devoción y testimonio. Él murió en 1982, pero dejó un legado de búsqueda de Dios. La siguiente cita de 1979 explica el proceso con el cual escribió una de sus canciones más populares:

“Un lunes en la medianoche, le escribí una carta al Señor. No sabía dónde enviarla, así que la puse en mi Biblia. Y le dije, ‘Señor, tienes que hacer algo con mi corazón. Sabes que ha pasado mucho tiempo desde que Te conocí y se está comenzando a endurecer, sabes, parece ser algo natural. Quiero tener la piel suave de un bebé, Señor—quiero que mi corazón esté igual de suave que la piel de un bebé. Está comenzando a envejecer; está arrugado y encallado.’ No es debido a cualquier cosa que estoy haciendo. Es debido a las muchas cosas que no estoy haciendo. Y estuve despierto hasta las 2 de la mañana escribiendo esta canción…

Oh Señor, cuán hermoso eres

Tu rostro es lo único que veo

Cuando contemplas a este hijo Tuyo

Tu gracia abunda en mí.

Oh Señor, por favor enciende la llama

que alguna vez ardía clara y brillante

Renueva la lámpara de mi primer amor

que arde con temor santo”.