El plan divino de Dios

The Official Publication of the Church of God of Prophecy

mitchelljimDios siempre tiene un plan. Su plan fue tan grande que no pudo confiárselo a nadie más. Sin embargo, para modo de terminarlo, Él tendría que bajar a la tierra. El rey Salomón dijo desde el maravilloso templo que él edificó, “¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” En 1 Reyes 8:27, efectivamente Dios moró sobre la tierra, como hombre —¡un ser humano! Este es el maravilloso tema de este mensaje. Si Dios moró en la tierra, ¿cómo era Él?

Una biografía tiene la idea de totalidad. Por lo tanto, los evangelios no son biografías. El último versículo de Juan nos presenta esto claramente. Juan 21:25 dice, “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén”. Los evangelios no están llenos de fotos, solo son pequeños vistazos de la vida de Jesucristo. Se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, pero las fotos palidecen en comparación con la verdad. Aunque son maravillosos los evangelios, algún día veremos lo real y disfrutaremos de Su gloria.

Mateo escribió pensando en el pueblo judío, y enfatizó a Jesús como el Rey de los judíos. Marcos escribió pensando en los romanos, y enfatizó a Jesús como un siervo sufrido. Lucas escribió pensando en los griegos, y enfatizó a Jesús como el Hijo de Hombre. Juan escribió pensando en ambos judíos y gentiles, ¡y enfatizó a Jesucristo como Hijo de Dios!

Juan enfatizó las profecías de Cristo en el Antiguo Testamento, que señalaba algo futuro en el Nuevo Testamento. Juan tomó estas antiguas imágenes del gran libro como los tipos y símbolos de Cristo en el Nuevo Testamento. La Biblia entera habla de Jesucristo y toda la historia es Su historia. Él se encuentra en cada página en tipos, símbolos y sombras.

Juan explica el cumplimiento de estas cosas en la persona de Jesús. Jesús es el cordero de los sacrificios veterotestamentarios. ¡Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! Adán y Eva pecaron. Caín y Abel heredaron esa naturaleza pecaminosa. Ambos debieron ofrecer un sacrificio por sus pecados. Abel presentó un cordero, Caín presentó frutas y vegetales. La ofrenda de Abel fue aceptada, ¡y la de Caín fue rechazada! ¿Qué fue lo que hizo la diferencia? La respuesta es sencilla: ¡La sangre del Cordero!

Génesis 4—el sacrificio por sus pecados era un cordero por un hombre. Éxodo 12—el sacrificio por sus pecados era que cada familia tomaba un cordero, lo sacrificaba, y aplicaba su sangre en los postes y el dintel de las casas (¿cuál es el símbolo? ¡Jesús es la puerta!). Levítico 16—el sumo sacerdote mataba un cordero por el pecado de todo el pueblo una vez al año (esto continuó siendo así por cientos de años). Juan 1—Jesús es presentado: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. ¡Todos los sacrificios anteriores estaban preparando el camino para este sacrificio de este Cordero que durará por la eternidad! Los otros sólo eran pequeñas imágenes de Cristo; en cuanto uno tiene el cumplimiento, ya no se necesita “el tipo”. Levítico 17:11—“Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”.

¿Por qué es tan importante la sangre? Sin sangre no puede haber vida en el cuerpo físico. La sangre es la razón por la cual la Biblia es la Palabra de Dios. La sangre fluye por la Biblia tal y como fluye por nuestras venas. La sangre de Cristo mantiene al cristianismo vivo. Se habla de la sangre 427 veces en la Biblia, así que es fácil ver que es un tema principal. Sin la sangre, el evangelio está muerto y somos privados de la vida eterna. Jesús dijo, “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). El autor de la epístola a los Hebreos dice, “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Pablo explicó, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:14). Pedro añade diciendo, “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo…” (1 Pedro 1:18, 19). Luego Juan estuvo de acuerdo con lo que dijeron Pedro y Pablo al escribir, “y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

La iglesia primitiva entendía la importancia de la sangre. Hay 22 sermones registrados por cuatro predicadores en el libro de los Hechos que comparten el mismo mensaje: la muerte, el entierro y la resurrección de Jesucristo. La sangre es un ingrediente esencial del evangelio de Jesucristo. Ellos entendían Su muerte y provisión de “la cobertura de la sangre”.

Incluso Judas clamó, “Yo he pecado entregando sangre inocente”. Pablo explicó, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Pilato dijo, “Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:38). Jesús mismo dijo, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). Él fue “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos (Hebreos 7:26). Nuevamente, “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). Juan añadió diciendo, “y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5).

Cristo era Dios encarnado —“hecho carne”. ¡Qué declaración tan profunda! ¡El Dios todopoderoso limitó Sus dimensiones a las de un cuerpo humano! Solemos sólo mirarlo a Él como divino con una aureola santa, pero Él era carne y hueso, con extremidades y cabello. Él tenía órganos internos. Él comía y procesaba comida de la misma manera que nosotros lo hacemos. Él no era un fantasma. En Su esencia Él era Dios vestido de carne: cien por ciento hombre y cien por ciento Dios. ¡Él era tan humano como nosotros! ¿Tenía Él dientes prefectos? ¿Los tiene usted? Cuando era adolescente, ¿Le salió barros? ¿Qué olor tenía Su aliento? ¡No lo sabemos! Sin embargo, Juan enfatiza que Jesús era como nosotros. Él se cansaba y agotaba. Él dormía. Él despertaba. Cuando le jalaban la barba, yo creo que le lloraban los ojos. ¿Qué opina usted? Esto suena inapropiado. Estoy humanizando a Jesucristo. Yo no lo hice, ¡lo hizo Dios!

Juan dice que Jesús sintió sed y se conmovió (se quejó en Su interior) por la muerte de un amigo, Lázaro, y derramó lágrimas literalmente. Él derramaba sangre literalmente, Su corazón se detuvo, y Él murió. El Dios eterno murió en forma humana justo como nosotros lo haremos. Él hizo todas esas cosas así como nosotros lo hacemos. ¡Con la excepción de pecar! Qué bueno que era humano, porque Él fue nuestro sustituto.

No hay ninguna manera que podamos comprender esta verdad tocante a Dios asumiendo un cuerpo humano. Este es el misterio de la encarnación. En 1 Timoteo 3:16 se nos dice: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne”. Siendo Él cien por ciento Dios y cien por ciento hombre es algo que no se puede comprender. Pablo lo llama un misterio. ¡Yo lo llamo un milagro! El milagro de la encarnación.

En Isaías, Cristo está siendo descrito como un hombre. Isaías 53:3—“Despreciado y desechado entre los hombres”. Isaías 9:6—“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Él era Dios y Hombre a la vez.

Durante toda Su vida tuvo esta naturaleza dual. Un padre natural le hubiera transmitido la naturaleza pecaminosa adámica a Cristo y Su muerte no hubiera podido proveer redención. El nacimiento virginal es esencial para la salvación de nuestras almas. Lucas nos da la única historia que trata sobre la niñez de Jesús. Él respondía sabiamente a las preguntas de los doctores y teólogos. Es probable que le preguntaran: “¿Cuántos años tienes? Solamente estoy especulando, pero quizá Él pudo haber respondido, “De lado de Mi mamá, tengo 12 años, pero de lado de Mi papá soy mayor que Mi mamá y tengo la misma edad de Mi papá. De lado de su mamá, Él tenía sed, pero de lado de su papá, ¡Él era el agua de vida! Él sentía hambre, sin embargo, Él era el pan de vida. Él no tenía dinero ni posesiones, sin embargo, poseía millares de animales en los collados. Él lloró en la tumba, y luego dijo, “Lázaro, sal fuera”. Él cayó bajo el peso de la cruz, pero llevó los pecados del mundo.

Aunque es verdad que Él fue ignorado por el mundo y rechazado por Su propio pueblo, siempre ha habido alguien que Lo recibiera. Juan 1:12—“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre”. Este es uno de los versículos más importantes de la Biblia.

En el Antiguo Testamento, en el día de expiación, el sumo sacerdote aplicaba la sangre en el lugar santísimo y luego salía clamando, “Tetelestai”, lo cual significa “¡Pagado por completo!” Ahora los pecados de la humanidad podían ser perdonados y el hombre podía ser reconciliado con Dios. Ciertamente Dios no dejó ningún trabajo sin terminar. En la creación, Él trabajó diligentemente durante seis días; terminando los cielos y la tierra (Génesis 2:1). Dios descansó solamente después de que terminó Su obra. Moisés aprendió esta valiosa lección de Dios. Dios lo llamó para supervisar la construcción del enorme y elaborado tabernáculo en el desierto. Se tuvieron que perfeccionar miles de detalles porque el tabernáculo era un tipo de Cristo. Leemos en Éxodo 39:32, “Así fue acabada toda la obra del tabernáculo, del tabernáculo de reunión; e hicieron los hijos de Israel como Jehová lo había mandado a Moisés; así lo hicieron”. El apóstol Pablo dio ese testimonio, “he acabado la carrera” (2 Timoteo 4:7). Jesús elevó una gran oración intercesora por Sus discípulos antes de Su muerte: “he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4).

Algunos días después, Él estaría clamando desde la cruz, “¡Tetelestai!” Lucas 23:46: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”. Él murió cuando decidió morir. Nadie lo mató. Él entregó Su vida. Él entregó Su espíritu, no cuando otros dijeron, sino cuando Él decía. No fue por los clavos, la pérdida de sangre ni la lanza en Su costado que terminó con Su vida. Él le dio final, porque había terminado. ¡Era solo el principio! De lado de Su mamá, Él murió por nuestros pecados, y de lado de Su Padre, Él resucitó para que pudiéramos ser reconciliados con Dios, ¡y vivir abundantemente! ¿Usted lo ha recibido? En 1 Juan 1:9 se nos dice cómo: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.